Hace poco os comentaba lo bien que se puede pasar yendo al médico. En el ambulatorio puedes desde ir a conversar con las amigas hasta competir con el vecino por tomar más pastillas o tener más dolores que nadie. La cosa cambia un poco cuando tienes que abandonar el rincon familiar del ambulatorio para marcharte al hospital. (nombre temido por todos, causante de chirriar de dientes y traqueteo de piernas...)
La cosa está como sigue. Llegada de mañana para hacerle unas pruebas al corazón del pistolero. Despues de dos horas en el quirofano, el pistolero fue llevado a una habitación del hospital de día.
Hospital de día... Ahora resulta que hay dos hospitales. El de día, donde estuvo mi padre, con dos enfermeras jovenes y de buen ver, (si, Rober tenían dos buenas pupus), con todos los adelantos, donde no había más que pedir y se te daba, zumo, galletas, comida, bebida...
Y luego está el hospital de noche. En donde se ha tenido que quedar, con habitaciones multiples, con la tele a toda hostía, con los vecinos quejándose, algunos viendo como se les escapa la vida entre quejidos y gritos de agonía, más agónicos para el enfermo de al lado, que para el que grita, que ya se sabe que no hay mayores miedos que los que nacen en la propia cabeza.
Una canción: Maria (Blondie)
He visto: El bosque.
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