Será por los años, por los desengaños, por comprobar que hasta en el dolor hay diferencias, las que marca la ideología de tal o cual partido, o será simplemente que me estoy volviendo un sentimentalista aburguesado y sólo me pongo sensible con lo que me apetece, pero este día de aniversario, triste aniversario, no paso de dos sentimientos: Pena, horror, lastima... tristeza por un lado y rabía, cabreos, enfados por el otro.
Siento pena de las historias truncadas, de los sueños inconclusos, de las vidas sesgadas y de los hechos que las complementaban. Esas pequeñas pinceladas de realidad que se encuentran más allá de los focos y las cámaras de televisión. Las historias del taquillero de la Renfe que fue el primero en entrar en los trenes de Santa Eugenia, de los niños que quedaron huerfanos o sin compañeros, o de los que, por suerte, pueden seguir viviendo, a pesar de llevar con ellos las marcas del horror, en sonrisas menos abiertas y ojos no tan brillantes.
Mientras sobre alfombras rojas y grandes y multitudinarios actos de dolor unos pocos, recuerdan su dolor, un dolor del que además pretenden sacar tajada.
Silencio.
Una película: Reencarnación.
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