Como llevo algo de tiempo sin escribir y os debo unas cuantas historias sobre mi portal, os las contaré y así limpió las telarañas del cajón. Muchos las conoceran en persona, que además tienen más gracia que contadas así, en pantalla, así que el que quiera echarse unas risas pues por un par de cañas se las cuento en persona.
Todo empezo una mañana de 1977. Bueno, en realidad empezo en el 76, pero como hablamos de mi portal, pues en el 77. Yo llegué, calvo y tapao hasta las cejas, que en pleno febrero no es plan de ir haciendo el machote.
Nada más llegar yo supe que me lo iba a pasar bien. La gente salía a verme a la calle. La vecina del bajo me mostraban sus movimientos, salir a tender un calcetín o una prenda, cada quince minutos o cuando llama alguien al telefonillo, y sus siluetas tras las rejas de la ventana del salón.
Disculpen que no me acuerde de mucho más, pero es que yo tenía sólo unos días, y mi memoria no me llega a mucho. Algo que no se puede negar es que en mi portal he aprendido muchas cosas. Lo que es la democracia en las reuniones de vecinos, todos discuten y al final se hace lo que diga el del 5º, que por algo es el sargento, y no se hace nada sin que el de el visto bueno. Aunque si se trata de hacer obra, siempre acaba siendo el año que le toca a mi padre ser presidente.
Hay quien pensará que eso está bien, por aquello del poder... no seré yo. La última vez que fue el primer hijo, y mi madre la primera dama, tuve que sacar varios vecinos del ascensor, subir al tejado, cambiar bombillas, y hacer copias de llaves para todos los vecinos, con la dentera que da, y aguantar las quejas de la vecina de abajo.
No sólo aprendí lo que era la democracia, la responsabilidad que tiene ostentar el poder. Tambien aprendí cosas más normales. Como a saludar a los vecinos aunque ellos no te devuelvan el saludo, o que aunque tengas permiso para hacer una fiesta las presiones de las vecinas te pueden servir para castigar.
El sexo lo descubrí gracias a mi vecina de arriba. Fue una experiencia dura, la experiencia, no vayaís a pensar mal. Sobre todo a la hora de quitarme el miedo a que se me cayera la lampara encima. Esa fue la primera experiencia, de adolescente, cuando el sexo es amor y esas cosas. Luego llegarían los vecinos de color, aunque en la intimidad todos los llamaran negros, del 2ºA. Con sus discusiones, sus golpes, sus chillidos... y sus reconciliaciones. Con esas demostraciones de cariño, esos chillidos, esos golpes en la pared, esos gemidos... Por suerte para los vecinos del quinto para abajo duraron poco, era como tener la porno del plus día sí y día tambien, pero sin codificar.
Todo vale en el amor, y todo vale en la guerra. De la guerra pude aprender el significado del daño colateral. Yo, que me puse la tele digital, me quede a los tres minutos sin ella. El técnico que aún no se había ido de la instalación, se quedó, probó, miró, subió al tejado, bajó a mi casa, y no encontraba que ocurría. Al asomarse a la ventana, allí estaba la solución. Mi vecino del septimo había cortado el cable de la antena. Sólo contra la comunidad y jodiendo a los demás. Años más tarde, uno de los vecinos del cuarto intento piratearme la señal para poder ver Tombola en Canal Nou.
No les bastó con intentar controlar los medios de comunicación. También lo han intentado con los momentos de descanso, primero con raciones de sexo, y después con fiestas y bacanales salvajes de alcohol, reggaeton, cumbia, bachata y son, en el piso de abajo, donde unos amables vecinos impiden mi sueño. Las fiestas suelen ser muy divertidas. Beben, beben, beben, y cuando estan muy tomados, o no les queda nada que beber, se dedican a tirarse las botellas como Guillermo Tell. Como podreís imaginar, entre lo bebido, la música y las altas horas de la noche, la punteria ya no es lo que era...
Niños, no hagais lo que acabamos de comentar en casa sin la supervisión de vuestros padres, porque podríais acabar con la fiesta del mismo modo que la suelen acabar ellos. Uno con un botellazo en alguna parte del cuerpo, algunos llevándose al herido a curar y el resto descojonados de risa.
Su último intento de estropear mi vida ha sido el ataque a los transportes. La vecina del 4º da de comer unos gatos muy monos que han adoptado mi coche como bloque de apartamentos, en el que duermen hacinados en la baca. Mi madre quiere que el "buchoncar" esté siempre en la puerta de casa, debajo de un arbol donde no hay gorriones, sino avestruces por el tamaño de las marcas... Y por si fuera poco el vecino del 6º dice que el coche está abandonado y que llamará a la grua.
Hogar, dulce hogar...
Una canción: Prefiero el trapecio (Manolo García)
He visto: The Italian Job
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