Estoy harto de los lloricas. La gente que se dedica por costumbre a llorar, a quejarse de lo perra que es la vida, de la mala suerte que les acecha y se ceba con ellos, de la suerte que tienes por dedicarte a lo que te gusta, de tener una novia guapa e inteligente, el que tenga, y de como ellos no tienen nada más que su dolor y un montón de deudas.
Se puede llorar, por mil motivos, por los problemas, por ser más sensible que el resto, se puede llorar e inundar de lagrimas tu sendero. Pero no concibo llorar para que los demás solucionen tus problemas, ni echarle la culpa a una suerte que buena o mala siempre está a la vuelta de la esquina esperando que vayas a buscarla, con un beso en los labios, o el puñal entre los dientes.
No soporto que se quejen, de mil dolores, ay, mirame pobre de mí que me he roto una uña, de su mal de amores, ninguna me quiere, todas me odían, y que no sean capaces de hacer más que compadecerse de sus lastimeras protestas.
Para ellos, que cada revés es un mundo, que cada resbalón es una perdida insalvable, para ellos, el mundo es una conspiración judeomasónica, con todo el respeto que merecen los judeomasones, cuyo unico objetivo es convertirlos en la nada.
Y ahí estás tú, aguantando estoicamente sus protestas, sus quejas, sin abrir nunca la boca y sin decir aqui estoy yo, pensando que cada obstaculo es un buen momento para aprender algo, que las piedras del camino lo mejor que puedes hacer con ellas es cogerlas y tirarlas fuera del camino para que nadie más tropiece.
Y ahí sigues, pensando todo eso, que los problemas ayudan a mejorar y a superarse, y que siempre habrá algo más importante por lo que llorar, incluso para mí que soy de lagrima fácil. Hasta que un día llega un hijo de puta (si hijo de puta, con todas las letras y el de, que como dice Perez Reverte hijoputas hay muchos y ya es hasta cariñoso, pero hijos de puta, de esos con la i y la j lentos y la p muy sonora, casi explosiva hay pocos muy pocos), llega un hijo de puta, y te dice que la vida para tí siempre ha sido muy fácil, y que suerte que suspendieras el primer examen de conducir, porque así veras lo difícil que es la vida, y lo duro que hay que trabajar para conseguir las cosas.
Y uno que aunque pacífico y tranquilo, desearía tener un AK47 y abrirle la tapa de los sesos por eso, por hijo de puta. Es en ese momento, cuando le habría partido la cabeza, para que viera que aún se puede tener más dificil, pero en uno de esos extraños momentos de lucidez, pensé que pobrecito, que bastante tiene con saber que morira ahogado en sus propios llantos y en sus bilis. Si al final su médico estaba equivocado, estaba enfermo, muy enfermo, y moriría de lo que tenía, de rabia, de envidia y de llorón.
Una canción: Mi rendición (Revolver)
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