La lluvia llego al fin a Madrid. Pocas gotas, demasiado pocas, pero las justas para limpiar la petina de mierda, suciedad y mal rollo que cubría mi piel. Desde Opera hasta Sol, con el discman en la mochila pasando por casi todo el espectro musical de este país, a un ritmo lento, muy lento, tanto que me pasaban abuelitas quitandome las pegatinas, como el Schumacher ese al resto de los de la Formula Uno.
Y es que entre las agujetas, y el placer de pasear bajo el chirimiri, daba igual un minuto más que menos, total, la FNAC siempre estará ahí. En Atlántica siempre tendrán una novedad para mí, el bocata de calamares de la Plaza Mayor siempre será el punto de partida, y tras el arco iris siempre estará el caldero repleto de monedas de oro, esta vez en forma de esperanza y de ilusión.
La lluvía volvío a caer a un Madrid que huele a San Isidro, a rosquillas de las listas y rosquillas de las tontas, a boda real, y que ha llenado las reservas de mi ilusión.
P.S. [Editado]: Si os portaís bien, mañana puede que haya una sorpresa....
Una canción: Color esperanza (Diego Torres)
Una pelí: Van helsing
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