Recuerdo que cuando era pequeño, algo más pequeño, que todavía soy un poco pipiolin, me lo pasaba pipa asistiendo a las reuniones de vecinos. Era muy divertido ver a esa gente tan formal que te dejaba abierta la puerta si teveían en el pasillo de entrada, o que te saludaban y te daban unos cachetes simpáticos en la mejilla, se ponían tan exaltados por nimiedades.
Claro está que yo no me enteraba de nada, pero me lo pasaba bien. Reconocere, antes de que penseís que menuda educación me han dado mis señores padres, que no me dejaban estar presente, pero como las reuniones eran en la porteria, que casualmente está debajo de mi casa, pues me entaraba de todo.
Los que vivaís en Madrid, sabreís que dado el grosor de las paredes en los pisos se puede escuchar todo con total claridad. Eso ha proporcionado grandes personajes en cada portal. Existe la cotorra, la cotilla, el vecino del quinto, el desagradable del 1º D, ese que no da los buenos días, el raro, el de las visitas extrañas, el de la música alta y ruidosa.
Lo mejor de las comunidades de vecinos es que cada año le toca a un propietario o inuilino ser el presidente, por lo que de hecho el poder es algo rotatorio. Aún así, siempre existen pequeñas facciones que acaban generando luchas por el poder. Un poder que es tan exiguo que yo creo que no deja de ser testimonial. Elegir subir las cuotas, guardar las llaves... no deja de ser un poder, que más que ejercer, disfrutar y ostentar de él, se convierte en un engorro.
Pero siempre queda bien fardar de poder. Decir que eres el presidente, que tienes las llaves en tus manos, que lo que se hace pasa por tí, que la potestad de la última decisión reside en tí... Y es que la mayoría de la gente lleva un Simancas, una Esperanza Aguirre e incluso un Tamayo dentro.
Aunque no siempre se atreven a salir a la luz.
Una canción: I swear (Boys 2 Men)
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